Soy experto en tirar dados. Siempre al 6.

Mi secreto: esforzarme.

Me despierto a las 5 am a tirar los datos. Si me sale un sucio 3 o 4, fue mala suerte, pero no importa, me sigo esforzando hasta ver los tres 6 seguidos.

Y cuando sale 6, obviamente fue gracias a mi esfuerzo.

Cualquiera que recuerde algo de estadísticas encontrará esta historia curiosa, falsa o quizás graciosa.

La verdad es que muchas veces leemos historias de “éxito” que cumplen una mecánica parecida e incluso mucho más compleja (con más factores que un simple dado).

“No es suerte, es tu esfuerzo” dice una publicación en LinkedIn con miles de reacciones y comentarios.

Con las historias de éxito, pasa lo mismo. La persona en cuestión atribuye gran parte de sus hazañas al esfuerzo, a sus habilidades y a sus pocas horas de sueño.

Nadie quiere escuchar que no somos capaces de forzar nuestro propio destino ni que no somos merecedores de nuestros logros.

Si metemos la suerte en la ecuación, ya no somos tan geniales. Ya no somos tan inteligentes. ¿De verdad mis decisiones fueron por habilidad, o la suerte tuvo una participación?

Si “nací hábil”, ¿mis hazañas son realmente mías? Si tuve todo en contra, y logré lo que nadie más ha logrado… ¿Cómo explico que haya personas que estuvieron en una situación parecida, que siguieron los mismos pasos, pero que simplemente no les resultó?

Creo que la suerte, o mejor dicho, el “azar”, tiene un efecto más grande del que podemos imaginar. Hay un proverbio chino que representa muy bien esta idea: «El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo».

Una vez que las cosas pasan, es fácil hacer ingeniería reversa y armar una historia que sea coherente con nuestras creencias y como vemos el mundo. ¿Pero es esa historia cierta? ¿Qué tanto de los sucesos fue porque una mariposa aleteo? ¿Qué tanto fue por tu propio aleteo? ¿Eras consciente de tu aleteo o simplemente pasó?

No te tengo una respuesta a estas preguntas. Solo te tengo una invitación: no dejes a la suerte totalmente fuera de la ecuación. Si te molesta el concepto “suerte”, cámbiale el nombre. Ponle “destino”, “azar” o “decisión divina”.

No me malinterpretes. No vengo a decir que todo es suerte y que no hay nada que hacer al respecto. Después de todo, alguien tiene que tirar los dados, ya que si no lo haces, (casi) nada pasará.